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Me vales la infinita amargura de mi divino Espíritu cuando oigo este “amada mía” y “amado mío” que en excruciante balbuceo, dirigiéndose a ti, está articulando mi Palabra crucificada, ya para morir, el Cristo que te ha esperado toda una vida, la tuya.
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Me vales la infinita amargura de mi divino Espíritu cuando oigo este “amada mía” y “amado mío” que en excruciante balbuceo, dirigiéndose a ti, está articulando mi Palabra crucificada, ya para morir, el Cristo que te ha esperado toda una vida, la tuya. Quiero mostrarte el Corazón de quien apasionadamente te amó hasta la muerte, para que tú, el día que lo tengo dispuesto, me contemples cara a cara, con plenitud de vida, la misma eterna vida de mi Hijo, del que has oído sus latidos. Si, hija mía, hijo mío, recibes al Hijo eterno de mi eterna complacencia, tal y como es, que se llega a tu alma con la carne y la sangre que tomó de una Mujer de tu raza, María, esta Madre de mi Hijo y Madre tuya en la que de gozo se estremece mi Espíritu. Hija mía, hijo mío, de mi propia mano te traigo al Hijo de mis entrañas. Te lo traigo en la forma que lo puedes comer, en este Pan consagrado que oculta la real y sagrada evidencia de mi Ungido, en el que todo tiene razón de ser. ¿De qué otra forma te podía dar a comer el cuerpo, el alma y la divinidad de mi Hijo? Créeme, cuando sientas que por tu garganta pasa este Pan consagrado, ten por cierto que recibes en tus entrañas al Autor de la vida. Rafael Garcia Ramos www.hijodedios.org Por favor, no haga clik