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“Valientes”

Miguel-A. “Valientes”. 160 seg. (R. Alarcón).

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  1. Miguel-A. “Valientes” 160 seg. (R. Alarcón)

  2. Por primera vez en la historia, y posiblemente única, los ejércitos de la Unión Soviética, Estados Unidos, y España hacían unas maniobras militares a gran escala de forma conjunta. Se trataba de un simulacro de salvamento donde intervenían unidades de tierra, mar, y aire de los tres ejércitos. La base del escenario era el portaviones Dédalo que patrullaba a escasas millas de la costa Gallega de Finisterre.

  3. El día había sido muy ajetreado. Las distintas escuadrillas de aviones militares habían realizado viajes constantes con aterrizajes alternativos entre el portaviones Dédalo y el aeropuerto de Santiago de Compostela. Mientras, las lanchas neumáticas llevaban a los hipotéticos salvados a otros barcos menores, que finalmente los trasladaban al puerto, seguro en hipótesis, de Bilbao. Había sido una jornada muy intensa y de un ruido ensordecedor. Por fin, se había decretado un descanso hasta el amanecer del día siguiente. Todo volvió a la calma.

  4. Sobre la cubierta del portaviones Dédalo en torno a una mesita a rebosar de planos, los generales responsables de los tres ejércitos discutían la forma de transcurrir la jornada y planeaban cómo habían de hacerse las cosas a las siguientes: La labor había sido buena hasta llegar al portaviones, pero había fallado un poco la coordinación con los otros barcos menores que hacían la ruta entre el Dédalo y Bilbao. En cualquier caso había de ensayarse hacer la evacuación con un poco más de rapidez.

  5. - Todos mis hombres son muy valientes -dijo el general Soviético-. Emprenden la tarea que se les ordena con total convencimiento. Ésa es la clave del éxito. En las academias de los ejércitos Soviéticos insistimos en que el soldado no debe pensar. El pensamiento únicamente es facultad de los oficiales. - Evidentemente -respondió el general Norteamericano- el convencimiento tiene un efecto psicológico positivo, pero lo que usted está diciendo me parece una barbaridad. Esa tesis que insinúa supondría afirmar la infalibilidad de las decisiones de los oficiales.

  6. - Vean. Soldado Petrov -dijo a un marinero que pasaba por allí-, láncese al agua, vaya hasta tierra, busque una rosa, y tráigala. El marinero se despojó de su ropa, y se lanzó al agua.

  7. Al cabo de una hora, el marinero Petrov volvió con la rosa. - ¿Lo han visto? -comentó el general Ruso agitando, eufórico, la rosa entre sus manos-. ¡Eso se llama valentía y eficacia!.

  8. - ¡Eso no es nada! -replicó el general Norteamericano-. Ahora enviaré a uno de mis marineros a buscar una rosa con una mano atada a la espalda. - ¿Y quién me asegura a mí que no va a desatarse la mano? -protestó el general Ruso. - General Shustikov, ¿por qué es usted tan desconfiado?.

  9. - En la academia militar Soviética, en lo referente a las tácticas, nos enseñan a tener en cuenta cualquier posible maniobra del enemigo para adoptar, inmediatamente, la estrategia adecuada. - Está bien -respondió el general Norteamericano-. Tengo la solución a sus suspicacias. Entre mis subordinados hay un marinero a quien un tiburón le arrancó un brazo en el Caribe.

  10. Pasada una hora, el marinero Jhonson, un gigante rubio de dos metros de estatura y a quien, efectivamente, le faltaba un brazo, volvía, empapado en agua, con una rosa entre los dientes. - ¿Ven? -exclamó el general Smith muy ufano-. ¡Eso se llama valentía!.

  11. - Eso que han demostrado ustedes no es nada -terció el general Español-. ¡Ahora enviaré a un marinero con ambas manos atadas a la espalda!. - ¿Y cómo sé yo que no va desatarse las manos en el agua? -preguntó el general Shustikov.

  12. - Bueno, sí, pensando en la teoría de las tácticas y estrategias, ya había tenido en cuenta la reacción a su suspicacia. ¡A ver, González! -dijo el general Pérez a un soldado bajito con cara de cabreado-, córtese las manos, láncese al agua, vaya a tierra, y tráigame una rosa. - ¡Que lo haga tu puta madre! -respondió inmediatamente el marinero Español. - ¿Lo han visto? -sentenció el general Pérez-. ¡Eso sí que se llama tener cojones!.

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