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El Periquillo Sarniento José Joaquín Fernández dé Lizardi

El Periquillo Sarniento José Joaquín Fernández dé Lizardi. Israel R odríguez Ruiz. Capítulo VIII En el que escribe Periquillo algunas aventuras que le pasaron en la hacienda y la vuelta a su casa. … El picarón de Januario no se saciaba de hacerme mal por

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El Periquillo Sarniento José Joaquín Fernández dé Lizardi

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Presentation Transcript


  1. El Periquillo Sarniento José Joaquín Fernández dé Lizardi Israel Rodríguez Ruiz

  2. Capítulo VIII En el que escribe Periquillo algunas aventuras que le pasaron en la hacienda y la vuelta a su casa. … El picarón de Januario no se saciaba de hacerme mal por cuantos medios podía, y siempre fingiéndome una amistad sincera. Una tarde de un día domingo en que se toreaban unos becerros, me metió en la cabeza que entrara yo a torear con él al corral, que eran los becerros chicos, que estaban despuntados, que él me enseñaría, que era una cosa muy divertida, que los hombres debían saber de todo, especialmente de cosas de campo, que el tener miedo se quedaba para las mujer y qué sé yo qué otros desatino con los que echó por tierra todo aquel escándalo que yo manifesté al vicario la vez primera que vi la tal zambra de hombres y brutos. Se me disipó el horror que me inspiraron al principio estos juegos, falté a mi antigua circunspección en este punto, y atropeliando con todo, me entré al corral. ¡Válgame Dios, hijos míos, lo que puede la voz viva de uno a quien se tiene por amigo! Si otro cualquiera que no hubiera tenido en mi corazón el lugar que Januario, me hubiera persuadido a ser toreador, yo seguramente no me habría determinado; pero me instó uno en cuya amistad yo me confiaba, y esto bastó para decidirme, creyendo que no trataba de perjudicarme, pues aunque os tengo dicho que

  3. era demasiado maleta, burlón y malvado, yo entonces no lo juzgaba tan malo y sólo pensaba que era un buen pandorguista o faceto, hasta que con el tiempo conocí, bien a mi costa (como lo veréis), todo el fondo de su perversidad y malicia. El corazón del hombre malo es un depósito de arcanos inescrutables, y un libro enigmático del que apenas podemos conocer algunos caracteres. Digo que el corazón del perverso, porque el del hombre de bien es muy al contrario: siempre lo tiene en las manos, y es lo mismo que una luz sin cubierta que se deja percibir fácilmente de cuantos tienen ojos en la cara, pues como no trata de hacer mal, no recela; como no recela, no encubre, y como no encubre, todos perciben sus intenciones. El pícaro no es así: tiene mil recámaras donde embodegar sus maldades y usa mil artificios para ocultarlas; mas sin embargo de todas sus astucias, alguna vez se le olvidan y se trasluce su iniquidad, a pesar de los velos de la hipocresía con que la cubre, a la manera de aquellas mujercillas que afectando un aire de cuerpo o un paso que no tienen, regularmente a poco andar se les olvida y vuelven a tomar su antiguo trote. … Nadie puede conocer ni distinguir el mérito de un zapatero sino otro zapatero, y tanto mejor lo conocerá cuantas mejores luces posea en aquel arte; porque cada uno es maestro en su oficio […]. El hombre de bien, como no conoce

  4. las dobleces, las supercherías, las cábalas, la hipocresía ni las intrigas, no sabe distinguirlas de la apariencia de la virtud. … Para serenarme [Juan Largo] me decía: —No seas tonto, hermano, si esto es chanza. Esta tarde nos iremos a pasear a Cuamatla, verás qué hacienda tan bonita. ¿Qué caballo quieres que te ensillen, el almendrillo o el grullo de tía? Yo le contesté la primera vez que me lo dijo: —Amigo, yo te agradezco tu cariño; pero excúsate de que me ensillen ningún caballo, porque yo no pienso volver a montar en mi vida grullos ni grullas, ni pararme delante de una vaca, cuanto menos delante de los toros o becerros. —Anda, hombre, decía él, no seas tan cobarde; no es jinete el que no cae, y el buen toreador muere en las astas del toro. —Pues muere tú norabuena, le respondía yo, y cae cuantas veces quisieres, que yo no he reñido con mi vida. ¿Qué necesidad tengo de volver a mi casa con una costilla menos o una pierna rota? No, Juan Largo, yo no he nacido para caporal ni vaquero. En dos palabras: yo no volví a montar a caballo en su compañía, ni a ver torear siquiera, y desde aquel día comencé a desconfiar un poco de mi amigo. ¡Feliz quien escarmienta en los primeros peligros!; pero más feliz el que escarmienta en los peligros ajenos, como dijo un antiguo. Esto se llama saber sacar fruto de las mismas adversidades

  5. La otra lección que os proporciona este pasaje es que no os llevéis de las primeras ideas que os inspire cualquiera. El creer lo primero que nos cuentan sin examinar su posibilidad, ni si es veraz o no el mensajero que nos trae la noticia, arguye una ligereza imperdonable que debe graduarse de necedad, y necedad que puede ser, y ha sido muchas veces, causa de unos daños irreparables. El hombre prudente y que sabe hacer uso de la razón de que lo dotó el cielo, jamás se precipita: ni niega lo que no comprende sólo porque no entiende cómo será, ni afirma como cierto todo lo que le cuentan como tal sin hacer antes un juicioso análisis sobre ello. Tan malo es no creer lo que no entendemos, como creer todo lo que nos dicen. Guardaos, pues, de creer ni dudar nada sin dejar que repose el entendimiento, que se detenga, que examine hasta que halle un apoyo en que descansar, esto es, hasta que no halle una razón que lo impela a dar su asenso o a negarlo. Lo demás es una ligereza, una imprudencia y una necedad ajena de todo racional.

  6. resumen CAPITULO .8En el que periquillo escribe algunas aventuras que le pasaron en la hacienda y la vuelta a su casa 

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